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Carta a los estudiantes de Medicina

imgres-2Recuerdo el primer día que entré a la universidad y aunque muchos insisten en verlo como un evento muy muy lejano, realmente entre ese día y el día de hoy que los muchachos de nuevo ingreso visten de blanco por primera vez y se aventuran a comenzar una nueva experiencia en sus vidas no hay tantas diferencias, al menos en el sentimiento, las ilusiones, las expectativas y los miedos. Al igual que ellos comenzaba con una mochila llena de sueños por cumplir, con las ganas de ser el mejor y el firme propósito de estudiar 48 horas diarias.

O bien, como todos los que ya van más adentrados en la carrera, que tras 3 meses de vacaciones regresan esperanzados de contar a sus compañeros lo que hicieron en este período, con el miedo de los nuevos maestros de los que ya han oído historias aterradoras o con el firme propósito de este semestre  “sí estudiar”.

¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué todas esas ilusiones y propósitos desaparecen en el transcurso de la primera o la segunda semana de clases? Es tal vez porque encontramos en la universidad una obligación y no una pasión. Quienes me han conocido como maestro o como amigo, saben que tengo la firme convicción de que algo que debe distinguir al médico es la curiosidad, que si estamos hambrientos de entender todo cuanto nos rodea, el estudiar se convertirá en una necesidad y no en un martirio pseudoimpuesto por el sistema de exámenes parciales y finales o por el inhumano maestro que nos deja cientos de trabajos o nos regaña y pone en ridículo frente a los demás por no saber.

Pero el ser médico no sólo es curiosidad por saber más, bien podríamos ejercer cualquier otra profesión y en ella satisfacer nuestras ganas por comernos el mundo. ¿Qué nos hace ser médicos? Porque para estudiar Biología Molecular no tengo que soportar las guardias en los hospitales, por citar un sólo ejemplo, y no por ello quien opta por otra vía para estudiarla resulta menos útil a la sociedad o menos importante ¡Cuántos conocimientos en Medicina se los debemos a los no médicos!

Mi trabajo, mi vida, giran en torno a los enfermos…

pero el enfermo y su enfermedad me hacen pensar en

cosas que de otro modo quizás no pensaría.

Oliver Sacks

Ser médico implica estar comprometidos con nuestro objeto de estudio, nuestro campo de trabajo, nuestra inspiración: el ser humano. Pero no basta con verlo como un conjunto de órganos astutamente agrupados por la naturaleza o como un potencial portador de patologías. El hombre es antes que nada un ser vivo, espero que de eso no tengan la menor duda ni los alumnos de primer ingreso, con sentimientos, que tiene necesidades, preocupaciones, gustos, familia, amigos, trabajo y una forma de pensar muy particular, totalmente diferente de la persona que salió antes de nuestro consultorio y diametralmente distinta de la que entrará después.

Es por ello que quiero enfocarme en este punto, porque es el hombre lo que nos tiene aquí, estudiando como enajenados (espero), con ganas de aprender cada día más. Pero no podemos perder el sentido de ver al hombre como un todo. Tal vez de lo más criticable de la forma de ejercer la Medicina actualmente es eso, la especialización y subespecialización de la Medicina. Recuerdo un día platicando con el dr. Alberto Lifshitz, cuando lo visité en su oficina en la Dirección de los Institutos Nacionales de Salud de la que era titular, para invitarlo al primer congreso de mi especialidad, me comentaba que el médico ha empezado a ver a su paciente como un órgano o una enfermedad y ha dejado de ser aquel que podía atender al paciente como un todo, no sólo como un ser vivo, sino como un ser pensante y con sentimientos. Hoy en día, tenemos expertos en el nodo sinusal del corazón, que si les pedimos que atiendan una hipertensión ya no sabrán que hacer ¡y son cardiólogos!, endocrinólogos eminencias en síndrome de Cushing que se hacen pelotas con su contraparte el síndrome de Addison o aquellos que se dedican exclusivamente a una enfermedad como diabetólogos que se espantan cuando su paciente les dice que tiene un resfriado. Pero esto no se queda aquí…

Hablemos un poco del dr. Oliver Sacks, un eminente neurólogo inglés, quien radica en Nueva York y que se ha hecho mundialmente famoso por su libro autobiográfico “Awakenings” (Despertares), en el que se basó la película homónima protagonizada por Robert de Niro y Robin Williams. De él, la premio Nobel de literatura 2007, Doris Lessing dijera “nos hace tomar plena conciencia de la fragilidad de nuestras vidas”. Para muchos Sacks es el mejor divulgador clínico, muchos que como yo gustamos de la ciencia y su divulgación lo idolatramos, pero no es por ello que quise sacarlo a flote.

Sacks no sólo hace uso de sus conocimiento en Neurología adquiridos en la Universidad de California, o de lo aprendido en la Universidad de Cambridge cuando estudiaba Medicina, el va más allá. Tomen un libro de él, el que ustedes quieran, hoy escogeré “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”, en él, el médico narra una serie de casos, muchos asombrosos y extraños, y expone su muy particular forma de estudiar al paciente, una manera en gran parte alejada de la forma clásica de llevar una historia clínica, si bien es cierto que interroga y explora al paciente como debemos hacerlo todos, utilizando las herramientas de la Semiología y Propedéutica, aplicando todas las maniobras existentes en la exploración neurológica, etc. Sacks no se conforma con ello.

Imagínense, cuando el dr. Sacks se topó con el músico que dio título al libro que comentamos eran mediados de los años 70’s, muchos de los estudios de imagen con los que contamos no existían o estaban en pañales, así que el únicamente podía hacer uso de la clínica y de algo más: ¡la curiosidad!.  A su consultorio entró un hombre cuyo único signo de estar enfermo era presentar prosopagnosia, una interrupción selectiva para la percepción de rostros, lo que hacía que confundiera a su mujer y quisiera ponérsela como si se tratara de su sombrero o al médico con un reloj de piso. Pero realmente este síntoma podía pasar desapercibido, porque de hecho el paciente no se había percatado de ello. ¿Qué hizo el galeno? No se limitó interrogatorio, visitó a su paciente en el domicilio, se fijó como poco a poco había empezado modificar algunos comportamientos en sus actividades cotidianas, como por ejemplo la manera en que pintaba sus cuadros (otra de sus aficiones). Era increíble como no podía reconocer a sus alumnos en el conservatorio por el rostro, pero sí por la manera en que tocaban un instrumento determinado. Sacks dedujo que podría tener un tumor, situación que al final parece fue cierta.

O bien, cuando conoció pacientes con el síndrome de Tourette, y posteriormente empezó a salir a caminar por Nueva York dándose cuenta que ese padecimiento era más común de lo que la literatura reportaba, ¿por qué? Pues porque muchos síntomas eran casi invisibles a quién no ponía atención. Esto nos demuestra que debemos ir más allá de lo que el paciente nos expone como causa de su visita o lo que los libros o nuestros maestros nos han enseñado, debemos buscar más.

Otra característica que debo subrayar de Sacks es la que le da ese toque especial, ver al ser humano como algo más que un órgano, no se conforma con diagnosticar su padecimiento, sino que trata de adentrarse en la manera que este afecta su vida cotidiana, la relación con su familia, su productividad laboral o simple pero aún más importante, su estado de ánimo y su autopercepción.

Para ver al paciente, Sacks se compenetra con él, aprende de él. Esto es algo que yo quiero recalcar, al estudiar Medicina, ya sea en la universidad o cuando la carrera realmente comienza justo al momento de recibir nuestro título de médicos, no debemos olvidar que de quien más podemos aprender es de nuestros pacientes, que si insistimos en enfocarnos únicamente en le padecimiento, perderemos muchos aspectos de la enfermedad que son más importantes que un valor bioquímico alterado. No teman acercarse a sus “enfermos”, si los ven extraños los demás compañeros, ellos se lo pierden, no hay nada más exquisito que aprender del otro, que compenetrarse, que volverse uno, entregarse y sentir con él. Tal vez como a mí alguien les regale una nariz de payaso, mejor reconocimiento de un maestro no pude obtener.

¿Conocen a Patch Adams? Sí, ¡también Robin Williams lo representó! Tuve el gusto de estar en una conferencia, casi una mesa redonda, con él por ahí del 2001, poco después de que la película saliera a la luz y se hiciera mundialmente famoso. Este hombre tiene un sueño, crear un hospital donde los costos de atención no sean un problema, donde el paciente sea capaz de vivir sus sueños y olvidar sus padecimientos, cree como creo yo en el poder de la sonrisa como cura, pero para obtenerla no hay medicinas, no hay cirugías, HAY MÉDICOS.

No es necesario que se vistan de payaso (aunque es muy divertido hacerlo y ver la cara de los otros médicos), para obtener la sonrisa de un paciente, no requieren hacer grandes acrobacias o contar chistes para que su paciente se sienta identificado con ustedes, simplemente hace falta querer hacerlo. Lograr que el otro vea la esperanza, incluso cuando les dan el diagnóstico de una enfermedad mortal e incurable, es realmente lo más complicado y a la vez lo más gratificante que pueden alcanzar en su práctica médica.

El médico no debe comprometerse exclusivamente en el binomio salud/enfermedad con su paciente. Recordemos que la O.M.S. define salud, no sólo como la ausencia de la enfermedad, sino como el estado de completo bienestar en las esfera bio-psico-social. Así, al terminar su carrera todos asistirán al servicio social, ahí por favor, por lo que más quieran, no se conformen con cumplir cada una de las metas que les ‘imponga’ el sistema de salud, eso es su obligación institucional, pero no su única obligación como médicos. No se queden ahí y comprométanse con su comunidad, busquen sus necesidades, hagan proyectos para mejorar su calidad de vida, verán como en definitiva eso hará la diferencia.

Al volver de Durango, donde hice mi servicio social, mi satisfacción no estaba en haber duplicado mis metas de vacunación, detección de diabetes e hipertensión, el número de consultas del niño sano o los Papanicolau’s realizados, haber sido nominado a Premio Nacional de la Juventud, recibir el Premio de la UNAM al Servicio Social Destacado o el reconocimiento de la SEDESOL (creo que ya perdí los diplomas y nunca me sirvieron de nada). Realmente mayor satisfacción hasta el momento es que logré que 3 jóvenes de la comunidad entraran a la universidad y hoy sean profesionistas. ¿Por qué? Pues porque indirectamente influí en la comunidad, en la manera que tienen de ver la vida y a la larga, definitivamente habré impactado en la salud y economía de ese pueblo, pero más que nada, porque deje huella en tres muchachos. Al terminar el servicio social, sigan impactando en la sociedad.

Nunca persigan el reconocimiento, rara vez llega. Realmente hagan que sus vidas sean las que trasciendan, y para hacerlo no hay otra manera que a través de los demás. Carpe diem quam minimun credula postero, vivan el hoy como si fuera el último de su existencia, no crean en el mañana, el momento de trascender es ahora, no después. Ayuden a su prójimo y ese también es su compañero, ese que siempre sale mal en la escuela o al contrario aquel al que le tenemos envidia porque siempre le va bien. Aunque no lo puedan creer, quien siempre sonríe, quien siempre ayuda, también los puede necesitar algún día y ustedes serán la diferencia, pueden marcarlos para bien o para mal de forma permanente, procuren trascender por sus acciones positivas, y como dicen en “La sociedad de los poetas muertos” examínense en la asignatura fundamental EL AMOR. (Nota al margen, otra película de Robin Williams, tal parece que este artículo debió titularse “Filmografía de…”).

Andrzej Szczeklik trata del Amor en su libros “Catarsis” y “Core” y es que es un valor fundamental en la especie humana, no podemos hacerlo a un lado ni entender la esencia del hombre sin él y por ello no debemos olvidarlo en nuestra práctica como médicos. Acostumbramos hablar de amor en el sentido romántico y rosa, pero realmente se necesita amor para entregar tu vida por el otro, sin esperar nada a cambio. El mismo Szczeklik en el último capítulo de “Core” habla de lo difícil que es “estar con el enfermo”, pues nuestra naturaleza como seres humanos nos dificulta esa fidelidad, además de que el cansancio, múltiples empleos (fenómeno común en nuestra rama y país), las obligaciones familiares o la anteposición de los placeres personales a los compromisos con los demás juegan un papel importante, si no lo hacemos con quienes supuestamente son importantes para nosotros, ¿cómo hacerlo con un “extraño”?  ¿Pero es nuestro paciente un extraño? ¡No debería de serlo!

Es entonces, cuando sumemos la curiosidad y el amor a los demás, esa entrega y preocupación por el otro, que nos resultará más apasionante y al mismo tiempo sencillo entregar nuestra vida a la Medicina, la más celosa de todas las novias y lograremos trascender sin el mayor esfuerzo (aparente).

Sidney Farber en 1947, siendo patólogo, veía pasar por su microscopio cientos de frotis sanguíneos de niños con leucemia, su compromiso con el ser humano, en particular con esos niños (a los que su especialidad en teoría mantenía alejados y sin rostro) y junto con su curiosidad científica, implementó el primer tratamiento quimioterápico de la historia, la aminopterina, todo ello haciendo uso de los conocimientos adquiridos en su formación, esos que hoy ustedes pueden encontrar poco útiles. A él se le ocurrió que si el ácido fólico es importante para la formación de las células sanguíneas en la hematopoyesis (Fisiología), bloquearlo podría solucionar el problema. Pero Farber no se conformó con la fama que obtuvo por su “ocurrencia”, continuó trabajando, fundó asociaciones para el estudio del cáncer, participó en eventos en pro de los enfermos, se inmiscuyó en política y más allá, ¡vaya forma de aplicar el carpe diem! Y a la vez, casi siempre se mantuvo callado, reservado, se le veía, hablaba, claro que sí, pero no buscaba ser el protagonista, para él, ese debería ser el niño enfermo de cáncer, nada de reconocimientos, nada de autovanagloriarse.

¡Mantengan los ojos bien abiertos! En cualquier momento algo que resulta “tan común” como el hongo que crece en el pan puede ser la respuesta que cambié el rumbo del mundo, ¿no me creen? Pregúntenle a Flemming quien encontró el Penicillium notatum en uno de sus cultivos de Staphylococcus producto de la casualidad, según cuentan de manera anecdótica, al caer unas migajas de pan (seguro estaba haciendo lo que no se debe de hacer, comiendo en el laboratorio) y de ahí creció el hongo… pues bien se percató que alrededor de este no se desarrollaban bacterias. El descubrimiento fue una serendipia (un churro como decimos vulgarmente), pero la curiosidad de Flemming por saber que pasaba, su persistencia, etc. revolucionó la Medicina, al grado que ya les contarán sus maestros, el mundo antes y después de la penicilina son totalmente distintos.

Ejemplos como Farber y Flemming sobran en Medicina, tal vez más adelante les cuente otros, pero lo importante está en descubrir que cualquiera de ustedes puede lograr cambiar el rumbo de la humanidad, simplemente hace falta que se lo propongan, en que se comprometan con su carrera y por ende con sus pacientes, que no olviden que se trata de personas con todo lo que ello implica y que jamás pierdan la curiosidad y el ánimo por aprender. La vida les dará muchos golpes, no dejará de hacerlo jamás, pero recuerden que son ellos los que más nos enseñan, aunque a veces las cosas se vean obscuras, nada está perdido, que de todo podemos aprender, de hecho los tropiezos siempre enseñan más que los aciertos.

No quiero terminar sin felicitarlos por un semestre más que comienza, en particular a todos los que están haciendo de esta gaceta y otros proyectos una realidad. No pierdan el entusiasmo por crecer, sigan adelante y recuerden, nada hay más gratificante que lograr nuestros objetivos tras una intensa lucha, no se cansen de ser curiosos e inquietos por saber, y por último trasciendan a través de los demás. Yo me gradué de la Facultad de Medicina de la U.N.A.M. y nuestro lema es “Allis viviere” es decir “Vivir para los demás”, no importa que no sean de la U.N.A.M. háganlo suyo y verán como todo vale la pena.

 Artículo publicado previamente en la Gaceta Cuauhtémoc en Movimiento de la Asociación de Estudiantes de Medicina de Aguascalientes.

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