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El lenguaje del delfín

Última actualización el 20/octubre/2015

Mariana

Ha pasado casi un mes desde que escribí por última vez, esto se debe a que tuve la oportunidad de realizar dos viajes, pero de ellos traigo material suficiente para exponerles algunos aspectos interesantes. El primero de los viajes lo hice a Los Cabos en Baja California y el otro a la ciudad de Nueva York.

Empezaré platicándoles un poco de lo que aprendí sobre los delfines, esos animales que generan fascinación en todos, que para muchos son considerados los seres vivos más inteligentes después del hombre y con los que tuve la oportunidad de convivir en mi viaje a la península de Baja California.

Cuando nos encontrábamos con ellos, quien viajaba conmigo sintió curiosidad por saber en que idioma entrenaban a los delfines al darse cuenta que las instrucciones se daban en español, por lo general estamos acostumbrados a que las instrucciones se dan en inglés o incluso alemán por usar términos más cortos, pero descubrimos gracias a la curiosidad de mi acompañante que los delfines no perciben los sonidos de la misma manera que nosotros, así que aunque se dan instrucciones habladas siempre van acompañadas de señas y gestos, que son en sí las órdenes que comprenden.

Existen cientos de estudios sobre el lenguaje de los delfines, pero encontré uno que me llamó la atención, la Universidad de Aberdeen y la Universidad de Catalunya trabajaron en equipo en un proyecto que tenía como objeto el estudio del código de lenguaje que utilizan los delfines y que curiosamente encontraron que utilizan códigos similares al lenguaje humano.

Y es que según comenta el dr. Ramón Ferrer, los delfines se comunican sobretodo, mediante el lenguaje corporal, con normas similares a las nuestras, en especial las señales cortas que los humanos utilizamos con más frecuencia en el lenguaje hablado. Esto obedece según el dr. Ferrer a la ‘Ley de la Brevedad’, también presente en el lenguaje humano, donde los códigos que resulten más eficientes y sencillos para la comunicación perduran.

Para ello se estudiaron delfines nariz de botella en su hábitat en Nueva Zelanda, que es la misma especie a la que pertenece Mariana, la delfín con la que convivimos en el delfinario de Cabo San Lucas. De forma natural el lenguaje de los delfines se basa en el sonido y movimientos corporales, comenta David Lusseau de la Universidad de Aberdeen. En particular se pueden clasificar hasta en cuatro unidades distintas, cargadas de significado. Aquellos movimientos corporales basados en una sola unidad suelen ser los más comunes en su sistema de comunicación.

Por ejemplo el clásico chapoteo con la cola, de acuerdo a lo observado puede subdividirse hasta en tres unidades distintas de significado. La investigación hizo un conteo de hasta de treinta movimientos subdivisionales que permiten hacer el lenguaje entre los delfines más eficaz y directo.

Lo más interesante es que el delfín nariz de botella o también conocido como delfín mular (Tursiops truncatus) es muy utilizado para la delfinoterapia, y es que si bien no hay bases científicas que amparen la utilidad de este tipo de actividades para el tratamiento de patologías o cualquier tipo de discapacidad intelectual, es un hecho que la interacción con estos animales resulta sumamente relajante y han ganado gran popularidad a lo largo del mundo. Aun así hay que tomar en cuenta que hay riesgos de heridas para los humanos, como  de estrés, heridas y hasta la muerte para los animales.

Quienes promueven estos programas defienden su postura afirmando que es una actividad beneficiosa para las personas, tanto a nivel recreativo y educativo (como fue mi caso) como terapéutico. Hay programas para pacientes con síndromes de retraso mental, autismo, depresión, etc. Incluso existen programas con delfines para mujeres embarazadas, aunque en el delfinario que visitamos el embarazo era un obstáculo para poder participar.

Por otro lado esta el hecho de que este tipo de actividades implica mantener a los animales en cautiverio. Según algunas fuentes los animales que son capturados y mantenidos en cautiverio viven menos que en vida silvestre, por su parte hay quienes dicen lo contrario, que debido a que reciben atención médica, alimentación balanceada y están lejos de depredadores su vida se ve incrementada. Una realidad es que se trata de animales salvajes que se ven obligados a ser ‘domesticados’ y que como seres vivos tienen necesidades que no se verán satisfechas dentro del cautiverio, como es el mismo hecho de ser sometidos al estrés de los depredadores o la búsqueda de comida.

Según una investigación de Lori Marino, los delfines en cautiverio pueden sufrir traumas ya que “son seres sofisticados, altamente inteligentes y conscientes de sí mismos, que tienen personalidades individuales (algo que también aprendimos en nuestro viaje), autonomía y una vida interior. Son enormemente vulnerables al sufrimiento y al trauma psicológico”.

Una realidad es que si bien disfrute esta experiencia de estar ante uno de los animales que más he admirado en mi vida y en la que aprendí más cosas, como el hecho de que mudan de piel cada 2 horas, siendo fríos y conscientes, el animal esta “atado” a una piscina que por muy bien realizada que se encuentre y por muchos cuidados que se tengan no deja de ser un espacio antinatura, donde no tienen la oportunidad de enfrentarse a corrientes, a nadar grandes corrientes ni mucho menos. A eso agreguémosle que tienen “turnos de trabajo” continuo, donde conviven con grupos de entre 7 y 12 personas cada hora aproximadamente, donde no todos logran comprender como tratarlos y son lastimados.

Tristemente es una experiencia que tras vivirla y dejarme un buen sabor de boca al investigar un poco más me ha dejado cierto gusto amargo al pensar lo que el animal en sí vive para que yo tenga la oportunidad de bailar con él.

Publicado previamente enLa Jornada Aguascalientes