Saltar al contenido

Medicamentos vs «la sopita de pollo» para la vida (2)

Última actualización el 20/octubre/2015

Imagen: noticiaaldia.com

Este artículo es la segunda parte de la entrega Medicamentos vs «la sopita de pollo» para la vida

Todos tenemos que sobrevivir, y así como el tendero tratará de vendernos sus conservas, la industria farmacológica buscará por todos los medios hacer lo propio. La investigación cuesta y mucho, miles de millones de dólares son invertidos antes de que un medicamento salga a la luz y si el laboratorio es serio, puede que al final, tras una gran suma de dinero esto ni siquiera suceda al comprobarse algún efecto colateral grave. Es por ello que invertirán otra buena suma a hacer que su producto se venda, por un lado crearán en el usuario (no siempre enfermo) la necesidad del producto, y en el médico tratarán de convencerlo de que es la panacea. Creo que hasta aquí, por muy encontra que estemos de dicha práctica, todo parece ser normal, un juego de supervivencia donde, en este momento, el laboratorio ha dejado su moneda en el aire, apostando por supuesto a que caerá la venta, pero pareciese que este juego no es tan azaroso y hay otros factores que cargan la moneda, ¿cuáles son?

Mencionaba yo a los tiempos de consulta, en definitiva, cada vez más breves, ya sea en una institución pública como inclusive en los consultorios privados (o libres como diría el Dr. Miguel Ángel Palacio). En las instituciones públicas, ya he discutido mucho al respecto, se considera de mayor calidad un menor tiempo de espera, aunque ello se refleje en un menor tiempo de antención. En la consulta privada pareciera reinar el mismo espíritu, a consecuencia del trajín diario de la vida, donde cada vez son más las actividades y menos los tiempos. Esto lleva como consecuencia que el galeno tenga poco espacio para valorar a su paciente, pero sobre todo para oirlo, comprender su problemática, y después ofertarle una solución, que no siempre tiene que llevar la prescripción de un fármaco, bien puede ser únicamente una palabra de aliento o inclusive un afectuoso «jalón de orejas».

Hablaba también de la presión del paciente, aquí viene en parte el juego de la mercadotécnia de la industria, quienes provocan por lo general, la necesidad en el individuo de tal o cual medicamento. No es extraño en mi consulta diaria que los pacientes me pregunten si pueden utilizar tal o cual fármaco que anuncian en la televisión, muchas veces son productos que se ofertan como la solución mágica a muchos problemas de salud, que ni siquiera gozan del «beneficio» de un fármaco bien estudiado. En muchísimas más ocasiones, preguntan por las vitaminas, como si estas fueran innocuas y el remedio mágico para su cansancio, la falta de apetito o el problema común de todos los padecimientos. (Se que existen transtornos secudarios a avitaminosis, pero si siempre la solución estuviera en tomar vitaminas, no sé para qué diantres estudié 6.5 años de Medicina y luego hice una especialidad). En fin, los merolicos han incursionado ahora a la televisión.

Aquí vienen dos factores, la ignorancia y el lucro. El paciente ya viene encausado, con intención de recibir un medicamento, a veces inclusive ya tienen en mente el fármaco que quieren, como si se tratara de un platillo en un restaurant. Si el médico no está bien fundamentado, conoce bien el padecimiento o se dió el tiempo de estudiar conocer a su paciente, corre el riesgo, ya sea de caer en el juego y actuar únicamente como un «expendedor de recetas a la carta» o por falta de fundamentos clínicos y farmacológicos, caerá víctima de la publicidad de los laboratorios, recetando lo que su representante le dijo era lo mejor, el que le dió el regalo más vistoso o el medicamento que aparece escrito en la pluma con que elabora la receta. En definitiva, podrá estar actuando de buena fe, pero eso no le quita lo irresponsable, un médico tiene en primer lugar que valorar bien a su paciente, por otro lado mantenerse en continua actualización y en caso de que el padecimiento no sea de su dominio, referir a quien así lo haga y no por ocultarlo, prescribir por prescribir.

El fin de lucro es aún más triste, y se resume en el hecho de darle «al cliente lo que pida» con tal de que vuelva a regresar, esto a costa inclusive de la salud del individuo, bajo la premisa «si no se los doy yo, van a la farmacia y se lo surten o bien otro doctor se lo dará». Tal vez sea verdad, pero como médicos, reitero, debemos velar por el bienestar del paciente, y muchas veces, simplemente con hablar y explicar, logramos que los pacientes entiendan que ese no es el tratamiento o que su padecimiento no requiere de un fármaco, inclusive, como decía inicialmente, que su síntoma no corresponde a una enfermedad sino a un hecho cotidiano de la vida.

Hablaba al inicio de la «tristeza» o depresión, y es que se tiene actualmente un abuso de los antidepresivos, en esencia, el origen es el mismo, la falta de tiempo o paciencia por parte del médico para oir y luego para explicar, hemos caído en el juego del «Prozac» y todas sus nuevas variantes (Escitalopram incluído). Otro campo que ha caído en el abuso, es el hecho de la vanidad, los médicos encuentran en ella una gallina que pone huevos de oro y los pacientes, como ya lo he comentado, prefieren invertir en ella que situaciones que realmente afectan su salud, es un fenómeno de todos los días, pero no por ello voy encontra de que existan tales tratamientos, pues reitero, puede que algunos de los casos lo ameriten, cuando ya implican un problema real para la esfera psicológica o social de paciente, aunque no forzosamente la física.

Así que en conclusión, no hay pastillas para soportar la vida, pero sí hay médicos que escuchan a sus pacientes y los ayudan a salir adelante. Espero que cada vez prescribamos más abrazos y «sopitas de pollo» que fármacos innecesarios.