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El cubrebocas, canijo barbijo

Esta semana en mi taller de creación literaria debía entregar un cuento de terror. La verdad es que bien pude únicamente transcribir una nota de LJA.mx, ¿qué mayor horror que lo que vivimos a diario? 

Ni el cubrebocas ni la distancia

O, quizás mejor, narrar las historias que me topo en mi Instagram: Cientos de reuniones, bares atestados, todos abrazados, cantando, e incluso compartiendo vasos. No, no nos confundamos, no todos son gatellianos, terraplanistas, negacionistas del cubrebocas. Los hay de extracción panista que, imagino, deben pensar que serán protegidos por acción divina. Muchos de ellos son integrantes, en diferentes niveles, del gobierno estatal.

Nunca faltan. Fuente: Twitter de Noroña.

Entiendo, por una parte, la necesidad de verse y los efectos psicológicos del encierro que, si bien no es absoluto, sí resulta mayor del habitual. Además, claro, como en muchas ocasiones lo “prohibido” es lo más deseado, incluso cuando normalmente no se hacía. Ahí tenemos a los cientos de “deportistas” que corren y a usan las instalaciones de gimnasios al aire libre en los camellones de la ciudad. La mayoría echan el bofe sin empacho y sin cubrebocas.

Es comprensible también que, a falta de apoyo —y empatía— por parte del gobierno federal para las micro, pequeñas, medianas y, también, para las grandes empresas, estas se vean en la necesidad de reiniciar labores con tal de mantenerse a flote. Y de ese modo, sostener no sólo a los “ricos” dueños —visión presidencial—; sino también, mantener los empleos de sus trabajadores, esos pobres por los que prometió ver quien ocupa un “humilde” departamento dentro de Palacio Nacional.

No podemos bajar la guardia

Pero creo que en todo esto estamos perdiendo de vista algo, literalmente, de vida o muerte: El volver a la “normalidad” no debiera ser sinónimo de bajar la guardia; por el contrario, es en estos momentos donde el peligro de la pandemia se incrementa exponencialmente.

Con motivo de mi carta titulada Zipi y Zape, donde se hablaba también un poco del retorno a la “nueva normalidad”, recibí múltiples contestaciones. Algunas de ellas sosteniendo que el bozal [sic] retiene anhídrido carbónico y no permite una buena oxigenación del cerebro. Preferí no entrar en discusiones, quienes me conocen sabrán que tenía algunas respuestas sarcásticas que no quise mencionar. Una realidad es que tristemente este tipo de respuestas no sólo son propiciadas por la ignorancia sino, sobre todo, por el doble mensaje de las autoridades.

Fuente: Twitter

Aprender a usar el barbijo

Si bien en un inicio la mayoría de los responsables de la salud a nivel mundial recomendaron evitar el uso del cubrebocas, la evidencia de su utilidad en los países que hicieron lo contrario demostró que debían retractarse. Los argumentos en contra de su uso no quedaron exactamente proscritos, por el contrario, deben quedar bien claros para que la utilidad del barbijo sea real, algunos ejemplos:

He observado, no sin asombro, que en pleno siglo XXI hay que explicarle a la gente, sin importar el nivel sociocultural al que pertenezcan, que el aire también entra y sale por la nariz. De hecho, es precisamente en en la mucosa del apéndice nasal donde tenemos una gran cantidad de esos receptores a los que adhiere el virus SARS-CoV-2. No importa si nuestra nariz es como la de Luis de Góngora o a penas un punto en nuestra cara, ¡hay que taparla! Quizás, por increíble que parezca, debemos pensar muy seriamente en cambiar el término “cubrebocas” por el de “cobertura nasobucal”, ya ven que anda la moda de corregir términos, pongámonos mainstream.

Tampoco debemos estar tocándolo en forma continua. Si tenemos arreglarlo, hacerlo por los extremos laterales o las cintillas. Cambiar de cubrebocas diario, como mínimo. Lavarlos en caso de ser de tela reutilizable. Los N95 —aunque de preferencia dejarlos para uso de los equipos médicos— tras usarlos debemos guardarlos en una bolsa de papel y dejarlos ahí cinco días de tal modo que el virus se desactive. Utilizarlo siempre en lugares concurridos, abiertos o cerrados, donde no podamos mantener una distancia mínima de metro y medio —yo preferiría ser aun más estrictos—.

Utilidad del cubrebocas

Hace unos días alguien insistía en que mejor se usaran los cubrebocas N95 debido a que no se estaba seguro de que los “hechizos” funcionaran. En realidad el uso de un barbijo de doble capa de algodón ha demostrado utilidad suficiente:

En un estudio reciente de la CDC se reporta como dos peluqueras en Springfield (Missouri) positivas a COVID-19 —una de las cuales siguió laborando haciendo caso omiso a las recomendaciones de aislamiento— atendieron un total de 139 clientes, en sesiones entre 15 y 45 minutos.

Tanto peluqueras como clientes portaron cubrebocas todo el tiempo. Una de ellas únicamente utilizó un cubrebocas elaborado de dos capas de algodón; la otra alternó uno con dichas características y otro de uso quirúrgico. La razón de que afortunadamente nadie más resultara contagiado, a pesar de la negligencia de que la primera peluquera no guardar reposo, fue el uso de cubrebocas, tanto por parte de las enfermas, como de los clientes. En cambio la compañera resultó contagiada porque llegaron a convivir sin portar la máscara facial.

Debemos dejar en claro que las autoridades de salud, tanto nacionales como estatales, tienen la responsabilidad de velar por nuestro bienestar en forma general. Esto es: Emitiendo recomendaciones, generando protocolos de atención, asegurando que existan la infraestructura, el equipo, medicamentos y el personal necesarios para atender a la población. 

Pero los responsables últimos de nuestra salud somos cada uno de nosotros. Aun viviendo en la utopía de contar con un sistema de salud extraordinario, si no nos cuidamos; si no vigilamos nuestra alimentación; no realizamos actividad física; descuidamos nuestras enfermedades crónicas; no realizamos las medidas de higiene; continuamos asistiendo a reuniones multitudinarias; olvidamos la distancia mínima; no usamos cubrebocas; y nuestro sentido común —cada vez menos común—, seguro enfermaremos y probablemente de gravedad.

Forma incorrecta de usar el cubrebocas. Fuente: NYTimes

Al final, la responsabilidad es nuestra

Como médico que trata enfermedades crónicas, procuro hacer ver a los pacientes que el galeno tiene tan sólo el 30 % —sino es que menos— de responsabilidad en lograr el éxito del tratamiento, lo demás depende de ellos. Empoderar al paciente en el autocuidado de su salud es el término que se puso hace un tiempo de moda. 

No esperemos que el dr. López Gatell o el dr. Piza, mucho menos López Obrador u Orozco hagan algo por cuidarnos, empecemos por nosotros mismos, por nuestras casas y quienes nos rodean.

Publicado previamente en LJA.mx