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En mis tiempos…

Última actualización el 17/febrero/2024

Nací un sábado, el calendario marcaba 31 de marzo; el año, se los quedo a deber, pero sucedió en un mundo preapocalíptico. Antes de que se pensara que existiría el internet, y cuando lo más cercano a los celulares eran los teléfonos públicos en las esquinas.

Publicado previamente en golfa.mx

No, no soy tan viejo, o al menos eso es lo que pienso, pero diferentes dinámicas en las redes sociales me hacen ver que sobre mi espalda ya pesan algunos años. De pronto, me veo diciendo: “En mis tiempos…”.

Una realidad es que me considero afortunado. He podido vivir lo mejor de dos mundos en un solo planeta. Los discos con los que escuchaba las canciones infantiles de “Odisea Burbujas” u “Osito Panda” eran de vinilo y los ponía en una vieja consola que, en realidad, era un mueble, en estándares actuales muy grande, sobre el que reposaron juntos el helicóptero de James Bond y el Halcón Milenario de Han Solo. Esos discos de vinilo fueron condenados al olvido, o así lo creímos muchos, para que luego, a finales de los 2010’s, volvieran a ser rescatados, reconociendo su enorme calidad por parte de los audiófilos.

Empecé a tomar fotos en una Instamatic de Kodak que aún conservo (sí, de ahí viene el nombre Instagram), tirando cientos de rollos. Tenía que esperar a que hubiera dinero para revelar algunas, tremenda emoción era abrir el sobre en que te las entregaban, era un albur adivinar qué saldría: fotos veladas, algunas movidas, unas memorables, otras para el olvido, etc.; toda una aventura. Varios rollos quedaron sin revelar. Quizás algún día sean descubiertos y salte a la fama como Vivian Maier, no lo creo; probablemente ya fueron aplastados por algún compresor de basura.

Ya en la secundaria, aprendí a revelar, ampliar e imprimir las fotografías que tomaba con la primera cámara réflex que tuve; me la compró mi padre al finalizar la primaria. No sé si tenía idea de lo que hacía al regalármela. Aún recuerdo la emoción de trabajar en el cuarto oscuro y ver las imágenes aparecer en la tina de revelado. No fue sino hasta mi graduación de la carrera, cuando mi madrina me dio mi primera cámara digital, una Sony Cybershot P31 de 2 poderosísimos megapíxeles, que entré a la era digital. Hoy, la fotografía “química” vuelve a resurgir.

Para mis trabajos de la secundaria, tuve que aprender a visitar una biblioteca, buscar entre las fichas bibliográficas y usar las enciclopedias (de papel) como base de la que partir y extender mis investigaciones. Aunque la primera computadora de la casa fue una flamante Printaform 8086 con un impresionante monitor de letras verdes, donde programaba en BASIC, no fue sino hasta la preparatoria que empecé a usar la computadora para hacer tareas, casi como mera máquina de escribir, porque la información seguía saliendo de la biblioteca. Fue en esa IBM 486, con Windows 3.1, donde empezaría a hacer mis pininos en internet, bajando una canción tardando en la empresa más de un día (en mi caso, la primera fue “You’re Still the One” de Shania Twain).

Ya en la universidad, vi el mundo cambiar. Aún tenía que buscar información en la hemeroteca los primeros años de la carrera, pero ya me daba el lujo de ilustrar mis trabajos con imágenes extraídas de internet. Empecé, de hecho, a hacer mis primeros pininos de páginas web en los servidores Angelfire.com y Tripod. De pronto, las revistas empezaron a digitalizarse. En un inicio, sólo encontrabas los números nuevos, no habían subido los anteriores. Los sistemas de seguridad para evitar el pirateo eran tan simples que así me gané un lugar entre mis profesores, buscándoles artículos para sus investigaciones.

He visto aparecer y desaparecer varios programas de comunicación persona a persona, y puedo decir que extraño a ICQ. Espero que, al igual que los vinilos y los rollos fotográficos, vuelva a nacer de sus cenizas. Disfruto hojeando mis libros y revistas, pero llevo mi dispositivo electrónico a todos lados, puedo cargar cientos de libros sin que me duela la espalda. Ni que decir del ahorro de espacio; no cuento con un lugar para tener mi biblioteca soñada, pero la nube es un sustituto edulcorado.

Mi generación ha sobrevivido a dos sismos de escalas catastróficas (y hay algunos mayores que yo que cuentan con tres en su haber), varios huracanes, dos pandemias, una con origen en México, muchas, muchas guerras a nivel mundial. Y en México, a los mochaorejas y a la infructuosa guerra contra el narcotráfico, o entre cárteles y sus secuaces del gobierno, que nos tiene a todos asoleados.

Y en esta dicotomía, al igual que muchos de mi generación, sé qué es esperar para que algo se dé y valoro la espera en muchas cosas, pero también (como muchos mayores que yo) ya me desespero cuando un archivo tarda en bajar más de 3 segundos, sin importar su peso. Me encanta un plato preparado a fuego lento con varias horas de cocción, pero también recurro a la fast food cuando lo necesito, o se me antoja.

Si bien la edad no sólo está en la mente, es importante reconocer y aprender a disfrutar el paso del tiempo; sí pienso que mucho está en la actitud. Creo firmemente que “en mis tiempos…” no sólo fueron días anteriores sino, también, los actuales y los futuros. Porque mi tiempo es aquel que transcurre mientras respiro, y depende de mí la manera en que lo vivo.