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El México que yo conozco no es el de los candidatos

Última actualización el 20/junio/2018

La esperanza olvidada de México
La esperanza olvidada de México. Por Roberto Sánchez Torre.

En la preparatoria y en toda mi etapa universitaria ibamos a la Huasteca Hidalguense a llevar ayuda médica y humanitaria, inicialmente a la par de unas misiones religiosas. Algunos, cual decía Churchill, buscaban el ser importantes, no el ser útiles. Después, tras mi decepción de la religión, me quedé con un grupo de amigos independiente a las misiones.

Cuando quisimos llevar medicamentos, generadores de electricidad a base de gasolina (en aquel entonces ni soñar con fotoceldas ni con ventiladores [sic] para generar corriente eléctrica) y brigadas médicas, etc. buscamos acercarnos a las autoridades, SEDESOL y el Instituto Indigenista, entre otras, el apoyo fue condicionado a propaganda, obviamente. Así que emprendimos el proyecto solos, más chico, con menor área de impacto, pero para la gente y sin condiciones.

Sin apoyo de nadie

Cavamos más de 100 letrinas en comunidades donde llegar nos tomaba, al menos, 8 horas caminando desde el punto donde nos dejara un camión de redilas, tras una o dos horas de terracería. Este tiempo era a paso de indio como decían ellos, burlándose de nuestra torpeza para cruzar la sierra, nosotros hacíamos más. Les enseñamos a usar cal, a que a determinada altura hay que cerrarlas y abrir una nueva. Les explicamos normas básicas de higiene, aunque créanme, eran, sin educación «básica», más limpios que muchos de los que van al Starbucks.

Explicamos de higiene bucal; educación sexual, eso en los primeros años en los que iba ligado a una misión religiosa, ¡ni soñarlo! Vacunación, aunque tenían que caminar horas y a veces días para tenerlas, lo hacían, entendían más la importancia que algunos modernos antivacunas.

Rumbo a mi querido Xitlama. Por Roberto Sánchez Torre.

Se instalaron generadores eléctricos para que cargaran baterías de automóvil, con ellas podían tener un foco encendido en sus casas y, los más afortunados, un radio de onda corta que, a veces, no siempre, tenía señal. Ayudamos a «enjarrar» paredes de madera, primero con barro para cubrir los huecos entre los leños, luego con cal para evitar insectos. Llevar cemento o material de construcción es un sueño que pinta imposible.

Hicimos chimeneas, para que el humo de los fogones, al menos, saliera de la casa y disminuir en forma aguda las muertes por intoxicación, a la larga enfermedades por exposición al humo. No, no es una solución definitiva, pero que alguien me explique cómo quitarles el frío y calentar sus comidas sino es con leña.

La niña que me dió una lección de realidad

Así conocimos a Lupita (nombre ficticio), quien tenía síndrome de Crouzon. Logramos que fuera aceptada en el Hospital Infantil de México. Mensualmente, a veces con mayor regularidad y gracias a la ayuda del sacerdote de la comunidad, viajaban a la Cd. de México.

Iba a la central de autobuses por Lupita y su mamá, quien no hablaba español únicamente náhuatl, de ahí directo al Infantil. Si sólo se trataba de una consulta, ese mismo día las regresaba a la central, Lupita no estaba sola, su mamá tenía que ver por sus demás hermanos. Pero si había que quedarse más días, mis papás les dieron albergue en casa.

Adaptábamos el menú a ellas, con la finalidad de que comieran y no se sintieran excluidas; se quitaban los cubiertos de la mesa, comíamos frijoles, arroz y pollo (un lujo) o bien, sopa de pasta, con cucharas de tortilla. Esta lección no fue inspiración divina, fue tras una experiencia en que unos amigos y yo, bien intencionados, llevamos a Lupita y su mamá a comer al Sanborn’s frente al Centro Médico. Tras explicarles el inmenso menú, les vimos la cara de vergüenza al no saber qué hacer y la de los demás comensales al ver el espectáculo (obvio que no me quedé callado con alguno). Cuando se lo conté a mi mamá, no me dijo pendejo porque no suele decir esas palabras, pero si me cuestionó mi ocurrencia, desde entonces comerían en casa.

Lupita estuvo yendo a mi casa por espacio de 3 o 4 años, mientras se le hicieron cirugías de cráneo, maxilofaciales, adaptaciones dentales, oftalmológicas, etc. Mucho cubierto por el gobierno, pero también por mis padres y por colectas entre mis tíos y allegados.

Los verdaderos maestros, los olvidados

En esas visitas a la Huasteca, también conocí a Pedro, un maestro comunitario, de esos ante los que me quito el sombrero, de esos a los que se supone protege el SNTE, el CNTE y compañía, pero como les contaré, mentiras y patrañas.

Secando el café. Por Roberto Sánchez Torre.

A estas comunidades íbamos en nuestras vacaciones, puentes, etc. así que no esperaba encontrarme un maestro nunca, de hecho, con frecuencia, éramos albergados en las escuelas, aprovechando que los maestros, que ahí duermen, no estaban. Pero en una ocasión no fue así, llegamos a una comunidad y estaba Pedro (sobra decir que también se ha cambiado el nombre deliberadamente).

Cuando le cuestionamos qué hacía ahí, nos explicó lo obvio: salir implica casi 12 horas, regresar lo mismo, las condiciones del terreno esa vez seguramente lo harían más lento (nosotros no éramos ni somos buen referente, como ya expliqué), con la lluvia el terreno se vuelve chicloso, más de una vez se quedaron mis tenis en el fango. Eso no era todo, él pertenecía a otra comunidad, así que al salir, tendría que esperar un guajolotero (camión que viaja haciendo paradas cada 10 metros y que reciben su nombre porque en él la gente viaja con costales, huacales y hasta gallinas, borregos, etc. una vez me tocó viajar con un cerdo).  Y después caminar otras 12 horas para llegar allá, luego de regreso. Un viaje extenuante para ver a su familia 12 horas. Prefería esperar al verano.

Esos días no eran improductivos para Pedro, trabajaba con sus alumnos en una huerta escolar, buscaban entre ellos nuevas posibilidades de cultivos en su tierra y la posibilidad de volver al trueque con comunidades aledañas.

Pedro nos contaba entre risas, que En una ocasión en que salió de la comunidad, donde no hay luz, teléfono, etc. se enteró que el sindicato al que pertenecía, había convocado a una huelga. Sí, ¡habían tenido huelga y hasta había acabado! Él, al igual que muchos de sus compañeros, ¡ni enterados! Ellos continuaron educando a sus muchachos. La escuela de Pedro era de una sola aula en la que convivían y enseñaba a la vez desde primero hasta sexto de primaria. «¿No es por eso que nos pagan? ¿No es nuestra misión mejorarlas condiciones de nuestros niños? Además, los beneficios los reciben unos cuantos, pero es nuestro trabajo el que presumen». ¡Cuánta sabiduría en un hombre que nunca había salido de la huasteca! ¡Que a penas sabía lo que era un televisor! ¡Que no conocía los libros de muchos autores clásicos aunque sabía que existían!

Al siguiente viaje le llevé libros de García Márquez, de Octavio Paz, el Quijote y otros que me puso en su lista. No se los pude dar, lo habían movido por «revoltoso», por no haber apoyado los movimientos e intereses de sus compañeros maestros. Supe de él tiempo después, su castigo, haber sido mandado aun más lejos, su respuesta, seguir trabajando por los demás.

En muchas de estas comunidades no saben lo que es votar, no llegan las casillas, no se enteran de los candidatos y, cuando lo hacen, es el día previo a las elecciones, que llegan algunas personas con despensas que mitigan el hambre de sus hijos en ese momento. Ellos no ven más a futuro, a ellos no les interesa el mañana, saben que sus hijos mueren de hambre y disentería hoy. No son contabilizados en las encuestas ni pre-electorales, ni de avance económico, ni de control de enfermedades. Así que si hoy alguien le quita el hambre, merece una palomita en el papel mañana.

El riesgo del progreso

Sabiduría. Por Roberto Sánchez Torre.

Estas comunidades no se ven al pasar por la carretera 105 que une Pachuca con Huejutla, están adentradas en la Sierra Madre Oriental, escondidas entre árboles de coníferas que conviven con cactáceas y a unos metros con palmeras selváticas. Estas comunidades nada tienen que ver con, las ya de por sí jodidas, cabeceras municipales y pueblos al pie de carretera, que por cierto, tienen otros problemas de salud. De ellas no se habla, porque no llegan ni los medios, ni los candidatos, no sólo están en la Huasteca, también están en el nudo Oaxaqueño, en la Sierra de Puebla, o más famosos, pero no por ello menos jodidos en la tierra Tarahumara o la selva Lacandona.

No quiero dejarlos con el pendiente de qué pasa con las comunidades al pie de carretera. Existe un sentimiento ambivalente en aquellos que llevamos ayuda a aquellos lugares. Buscamos enseñar a pescar y les damos cañas, no pescados a la gente, creemos que todos tenemos derecho a crecer, pero debemos esforzarnos. Sabemos que hay desventajas en la incomunicación, las vivíamos al cargar generadores eléctricos sobre nuestras espaldas, no a lomo de ninguna mula. Conocíamos e identificamos aun más los inconvenientes de la incomunicación en la atención de salud, en la educación, etc. Alguna vez, al caer uno de nosotros e un barranco, todo ello pasó por nuestra cabeza, afortunadamente no pasó a mayores. Pero esa misma comunicación, esas carreteras, se convierten en armas de doble filo.

Las comunidades a pie de carretera, en las que también llegamos a trabajar, tenían, en términos de salud, al menos en aquel entonces, una mayor prevalencia de obesidad, sobrepeso, diabetes, hipertensión. Y es que aunque hasta en medio de la sierra hay Coca Cola y Bimbo, no es la misma proporción; paradójicamente, aún con mayor acceso a alimentos, no disminuyen los índices de desnutrición. Se vuelven más sedentarios. También aparece la prostitución, la promiscuidad, y con ello las enfermedades venéreas. La exposición al tabaco es mayor al pie de carretera, aunque en la sierra se cultiva, no se procesa, no se fuma. Las muertes violentas son más cuanto más comunicado está el pueblo, no sólo por el influjo del alcohol y los medios, no sólo por robos, sino por diferencias religiosas y políticas. Aquí está lo paradójico de los «avances».

¡Les faltan 4 horas a paso de indio! Multiplíquese por tres para saber el tiempo que le resta al citadino. Por Roberto Sánchez Torre.

El México que conozco no está en las campañas

En fin, conmigo no va a llegar Anaya a contarme que sus celulares cambiarán el futuro del campo en México, ni que ello es un avance tecnológico, ni siquiera me va a decir que es factible. Quienes no se han adentrado en la sierra nunca sabrán lo que implica meter ahí el teléfono y/o la corriente eléctrica. Hoy es más sencillo, los nuevos métodos de generación de electricidad, el uso de satélites, etc. lo facilita, mas antes de entregar tablets hay mucho que solucionar, denotaron profunda ignorancia de ello en sus discursos.

Ni que decir de quien se opone a los ventiladores [sic] para producir corriente eléctrica y sigue insistiendo en construcción de refinerías. ¿Para qué quieren ellos gasolina? ¿Generación de riqueza? La verdad lo dudo, realmente seguirá generando endeudamiento.

Meade, él para mí no ha hablado nada, propone continuar igual… más tibio que los huevos de la mañana.

Hablan de abrir las universidades a todos, suena muy bonito, pero señores, primero que tengan la oportunidad de crecer en sus comunidades, que tengan buenos maestros, que tengan la posibilidad de estar seguros en su salud. Ni hablar de como se mete la droga entre ellos, el negocio del narcotráfico se adentra en sus venas como una posibilidad que nadie les ha ofrecido, ello a costa de venderle su alma al diablo.

Hermoso que nos prometan que todos tendrán carrera, sin decirnos de dónde saldrán los maestros. ¿Con qué sueldos? Porque así como Anaya, yo he sido profesor universitario, en universidades públicas y privadas, puedo, con toda experiencia decir que de ese sueldo no se vive y, que sin duda, cada vez les va ha ser más difícil encontrar quien esté dispuesto a dar clases.

De salud, de salud dice López Obrador que nos curaremos de todo cuando se acabe la corrupción y la parejita Meade-Anaya proponen seguir como hasta ahora, porque sus propuestas son viejas, infructuosas y no explican siquiera en que las mejorarían, porque, en el papel, suenan maravillosas, en la práctica, son un rotundo fracaso.

Esta es sólo una pizca del México que conozco, me falta hablar de la Sierra de Durango, donde, desde mucho antes de Calderón, encontraban cabezas bajo los puentes, donde ya se despeñaban y mataban candidatos a alcaldías y de hecho, estando ahí, mataron al que ganó el mero día de las elecciones, pero no se enteraba nadie. Me falta contarles de la mentalidad con que los padres no permitían que sus hijos estudiaran una carrera universitaria, de cómo se opusieron hasta que no sé como lo logré a que una muchacha estudiara una carrera, hoy es una profesionista con éxito en una cadena de autoservicio. Me falta contarles de las conservas San Nicolás que evitaron la migración de jóvenes y el mantenimiento de las mujeres.

Café con sudor de mujer. Por Roberto Sánchez Torre.

Me falta contarles de los ancianos que los gobiernos relegan, que cierran sus programas con finalidad de promover otras más visibles, más electoreras, supongo que me lo justificaran con las famosas estrategias. No les he platicado de la vez que me dieron un paseo por la ciudad de la Esperanza de López Obrador, ni por los papás de mis amigos secuestrados, por los tíos y primos de mi compañero asesinados en Cuicuilco, todo en ello en esa famosa y esperanzadora vida. Me falta contarles de como surten insulina caduca en centros especializados en diabetes.

Son cosas que ningún candidato me va a venir a contar sobre México, un país que he recorrido el 90 % de los estados, por cuenta propia, un México en el que me he adentrado en sus venas y, del que no conozco ni el 10 %. Tampoco me lo va a decir nadie sentado tras una computadora, que piensa que conoce el país por lo que lee. Critican las campañas de Anaya pero no los veo caminando como López Obrador, al menos «simbólicamente».

No, personalmente no creo en ninguno de los candidatos, en NINGUNO. No creo que uno sea más peligroso que el otro, si acaso más payaso. Pero no tengo por que ofrecerle un voto de confianza cuando no se las tengo. ¿Esto en qué cambia? ¿Cómo ayuda? ¿A quién perjudica? Al menos a mí me ayuda, a manifestar MI opinión, a negarme a seguir siendo parte de una oleada que vota por alguien sólo por ser el «menos peor» o el «voto útil». Me resulta contradictorio los que me dicen que votaran por tal o cual, para luego ser su oposición, que votan por X para que despierte Y.

Yo seguiré trabajando desde mi trinchera, aun sin el apoyo del gobierno, aun en contra de ellos. Aún cuando me bloqueen en las redes sociales.