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Teorías y conjeturas

“Una de las cosas maravillosas que tiene la ciencia es que cuando los científicos no saben algo, pueden probar todo tipo de teorías y conjeturas, pero al final acaban por admitir su ignorancia”.

Yuval Noah Harari

Quise iniciar con esta frase del libro Homo Deus pues considero que muestra muy bien lo que es el día a día de la ciencia. Hoy es tangible gracias al virus SARS-CoV-2 y la pandemia de COVID-19.

Aparece un nuevo enemigo

No hace ni un año que el mundo entero vivía sin saber lo que se avecinaba. Apenas en diciembre del 2019 algunos medios empezaban a reportar la presencia de una epidemia en China, aparentemente local. Nadie le dió importancia. No sé si es que se pensaba que sería controlada como la epidemia de SARS o, lo más probable, porque seguimos con el viejo concepto de que China es el “lejano oriente”.

Un día amanecimos con casos en Italia; al poco tiempo se reportaba lo mismo en España y otros países de Europa. Fue hasta entonces que empezamos a preocuparnos. Occidente había sido tomado por ese enemigo nanoscópico. Pero no sabíamos nada de él. Seguimos ignorando muchas cosas a pesar de las “toneladas” de información que los científicos publican diariamente. 

Teorías y conjeturas en tiempos de COVID-19

Así pues que, como dice Harari, el personal de salud y la comunidad científica empiezan a exponer sus teorías y, siguiendo el método mundialmente establecido para la comprobación de sus conjeturas, se inician los protocolos de experimentación y/u observación, etc. Por cada bala que da en la diana hay cientos, sino es que miles, que no se acercan ni en lo más mínimo. Así es esto en la ciencia.

Quizás, un error frecuente es menospreciar los artículos en que los investigadores reportan que su hipótesis no resultó como se esperaba. Eso desanima su publicación cuando, en la práctica, estos evitan que otro científico pierda el tiempo y recursos en investigar sobre lo mismo a menos, claro, que se quiera comprobar o desestimar esa investigación.

Así funciona la ciencia y, por ende, la medicina y sus ramas —léase la epidemiología—.

Retomando: Al inicio de la pandemia nadie sabía nada del SARS-CoV-2. Es por ello que se empezaron a formular hipótesis. Algunas se desestimaron casi plantearse. Otras, que sonaban lógicas, empezaron a aplicarse en una especie de experimento a nivel mundial. Y así, poder evaluar estrategias, tanto preventivas como curativas contra este nuevo virus —espero no lea esto ningún conspiranóico, porque seleccionará estas frases y las sacará de contexto—. 

Fuente: Noticyti

Exempli gratia

En un inicio se plantearon dos escenarios, usar o no cubrebocas. Los primeros reportes mostraban que el SARS-CoV-2 tenía una transmisión primordialmente de contacto. Con base a esto muchas autoridades a nivel mundial, entre ellas la OMS, optaron por desaconsejar el uso del barbijo. Es indiscutible que pocos saben usarlo y, los que no están acostumbrados, frecuentemente lo acomodan tocándose la cara, lo colocan mal, etc. Basta salir a la calle para comprobarlo. En contra parte, otras naciones, primordialmente “del lejano oriente”, más acostumbradas al uso de esta medida, la impusieron obligatoria.

La observación —ese primer e insustituible paso del método científico—, llevó a los investigadores a ver un fenómeno en el comportamiento de la pandemia: Parecía que los países que usaban el cubrebocas tenían una tasa de contagio menor y un mejor control.

Había que desestimar otras variantes que pudieran estar jugando un factor determinante en el cumplimiento de la hipótesis. Tras sesudos estudios de cohorte se demostró que efectivamente, los cubrebocas juegan un papel importante —no único ni exclusivo— en la disminución del índice de propagación del virus.

La OMS terminó aceptando, a mi gusto tardíamente, el papel del cubrebocas en el control de la pandemia. Así, meses después de haber desaconsejado su uso, la institución acabó recomendándolo cuando no fuera posible mantener una distancia apropiada.

¡México lindo…

En México eso no ha ocurrido, o bueno, ocurre pero al día siguiente se desestima el mensaje. Por ejemplo, el lunes el dr. Alomía en la conferencia de prensa de la noche recomendaba el uso de cubrebocas —incluso el tuit sigue en la cuenta de Twitter de la Secretaría de Salud—. 

No pasaron ni veinticuatro horas cuando, en la mañanera, tras una fastuosa presentación presidencial, el dr. Gatell mostraba recomendaciones, descontextualizadas a modo. Con ellas pretendían demostrar que la OMS no consideraba al cubrebocas como algo esencial en el control de la pandemia. Ya saben, todo para sustentar la necedad presidencial de no usar el barbijo.

…tan lejos de la ciencia y tan cerca de un merolico!

Nuestro presidente, quien hace unos meses sacaba unas estampitas y las presumía como método para combatir la pandemia; el mismo que ha denostado a la ciencia y la medicina; quien ha desacreditado a galenos y científicos, habla de evidencia científica.

Pues bien, el miércoles en la “vespertina”, un reportero les entregó la tan mentada evidencia de la importancia del uso del cubrebocas. Esto lo remató preguntando el porqué algunos países con menor desarrollo y mayor población, refiriéndose a la India, tienen una menor número de muertes. 

Fuera de cualquier rigor científico, el encargado de controlar la pandemia en nuestro país cuestionó el medio al que pertenece el periodista —ya sabemos el discurso del golpeteo político—, y a criticar el cubrebocas que usaba. Dicho barbijo lejos estaba de ser un cubrebocas clínico, por el contrario, cerca estaba de ser una de esas máscaras deficientes que se entregaron en los hospitales.

¡Nos lleva la… soberbia!

En fin, la soberbia y la terquedad parecen ser dos características distintivas de este gobierno; aunadas, desde luego, a la ineptitud absoluta y la “improvisación”. Lejos están en practicar una medicina basada en “evidencias”. Están, más bien, cerca de lo que en el argot médico llamamos “medicina basada en ocurrencias”.

Ojalá tenga que rectificar y decir me equivoqué, pero a este paso cada vez lo dudo más. Y no, no estoy esperando que fracasen, eso no le conviene a México y, en consecuencia, a mí tampoco.

Publicado previamente en LJA.mx